El miedo, el dilema sobre si huir o enfrentarse.

El miércoles pasado disfruté de una interesante sesión de reflexión sobre el miedo con un numeroso e interesado grupo de adultos. Sirva pues este post como resumen y colofón de la misma.

Si pensamos en un sentimiento de ansiedad y/o inseguridad, causado por la presencia o por la anticipación de un estímulo que puede generar gran daño, y que te lleva a desear evitarlo, nos encontramos con el miedo, el temor, el pavor, el pánico, el terror. Pero ese estímulo puede estar en el mismo punto espacio-temporal que el individuo, o puede ser un riesgo potencial más o menos probable.

Más allá de lo que es, o de cómo se define, el miedo nos sitúa ante la tesitura de reaccionar ante un elemento potencialmente peligroso que se encuentra en nuestro entorno. El miedo nos avisa, nos alerta, prepara a nuestro organismo para la huida o para la utilización de una energía extra con la que enfrentarnos con la situación amenazante. Si existe la opción de elegir, que la vida no siempre lo permite, el miedo nos facilita la evitación como respuesta. Pero además de una parte física, fisiológica, el miedo tiene componente mentales o cognitivos. Esto implica que podemos emitir conductas de evitación activadas por pensamientos que contienen la anticipación de peligros que pueden estar creados por nosotros mismos. Más allá de esto la misma inseguridad, la incertidumbre sobre lo que aun no ha sucedido puede activar respuestas de huida ante posibles hechos potencialmente peligrosos o desagradables que se nos vayan a presentar.

Se nos plantea, pues, el dilema de cómo encajar las amenazas, hasta qué punto observar la llamada del temor, de la inseguridad ante lo nuevo o lo desconocido. En un post anterior sobre emociones y límites se reflexionaba sobre la utilidad de enfrentar la exploración de ciertas áreas desconocidas de nuestro entorno para avanzar. El miedo nos defiende, nos hace adoptar actitudes conservadoras puesto que en ellas nos hemos jugado la supervivencia como especie. Pero a la vez si no hubiesemos sido capaces de enfrentar, de morir para defender la prole o para obtener alimento, nuestra especie se hubiese extinguido hace millones de años.

Las reacciones fisiológicas relacionadas con el pánico, la fobia o el terror llegan a extremos verdaderamente espectaculares. Pero no todos los seres humanos tenemos ese tipo de experiencias en la vida, hay personas que nunca llegan a experimentar esos niveles de intensidad del miedo. Por eso manejarse con el temor, la inseguridad o el miedo tiene bastante que ver con la utilidad de asumir riesgos, con la aceptación de que esas situaciones de peligro forman parte de la vida que nos ha tocado vivir, tiene que ver con la actitud de responsabilidad con respecto del conocimiento que tenemos de las posibilidades reales de que esas amenzas nos afecten, así como del coste que tiene evitar ciertas parcelas de la vida por no toparnos con un peligro.

Comentarios

  1. Mis miedos siempre han sido una contradicción, un limpio panel sin miel, sin afrecho…, solo agua manantial que brotaba incandescente por los pliegues de la boca que se resistía a seguir la pauta del mundo que me rodeaba.
    Desde muy niño supe afrontar los miedos sin complejos, recorriéndolos con desenfreno y candor…, no tendría explicación, al ver los miedos y día tras día caminar por ellos sin saber lo que eso significaba. Pero nunca me paralizaron, ni me atropellaron y sabia que estaban. Solía contener la curiosidad y no miraba hacia atrás aunque me dominase algún que otro miedo. Ya en la edad completa y sin recursos, ni a donde aferrarme para que no apareciesen de nuevo, alguien me dio fuerzas para seguir luchando contra los imponderables que nos rodean.
    Qué curioso. Primero fue mi madre, una mujer, después mi abuela, una mujer, y al final del camino otra mujer me demostró cómo hay que afrontar los miedos sin titubeos ni carantoñas. De esta forma descubres que a través del miedo llegas a comprender lo que implica la LIBERTAD, con los riesgos que ello impone.
    Te haces más sabio, “entre comillas”, consciente de las limitaciones del ser humano. Pero eso sí, sonríes sin darte cuenta de que lo haces y dejas al personal algo intranquilo. Dichosas mujeres, lo importante que son, para poder comprenderlo es necesario someterse a sus dominios y como una sombra, salir despacio con ella, en silencio sabiendo que merece la pena el sometimiento con la cabeza más sabia y el corazón disparando flechas incendiarias, dispuesto a seguir tañendo sonidos de campana añeja. Suaves ecos se deslizan por los prados donde ya los pájaros no dejan que el miedo los domine.
    El proceso a concluido, los miedos no dejaran de estar, son inevitables, pero, controlándolos y viviendo entre ellos y con ellos aferrado a la mano que acuna mi cuna, cuya sensatez atronad los cimientos por los que caminamos.
    Antonio Molina

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