El liderazgo que necesitamos

El tiempo se ha detenido. Bueno, tal vez, sólo haya sido la llegada de unos días en los que hemos tenido que cambiar, a la fuerza.
Tiempo detenido

Hay quien interpreta lo que hemos vivido como la demostración de que otro mundo es posible, que saldremos diferentes, y es verdad. Algo tan pequeño, hablo del tamaño, como el COVID-19 nos ha dado la vuelta a la vida que teníamos. Hemos tenido que adaptarnos. Primero, tal vez, fue la sorpresa del impacto que las medidas de prevención nos iban causando. Sorpresa que algunos vivían como catastrofismo. En mi memoria, que saben los que me conocen que no es muy fiable, lo siguiente creo que fue el miedo. El virus, la infección se extendía, los hospitales se llenaban, nuestro sistema sanitario se veía desbordado. Llegaron los muertos con sus historias huérfanas de despedidas. "Yo me quedo en casa", repetíamos. Supongo que en algún momento de esas semanas, ya confinados, empezamos a darnos cuenta que había que sustituir rutinas, que había que adaptarse. Llegaron los balcones y los aplausos de las ocho. Recuerdo días de no perderme las noticias, de mirar insistentemente la curva por si ayudaba a frenarla. Mis hijos en casa, mis padres solos, el teletrabajo y las videoconferencias. Llegaron las iniciativas de ayuda mutua, los rostros amables de desconocidos vecinos que se ofrecían a ayudar, el descenso del consumismo y de la contaminación. Mil y una nuevas mutaciones de la solidaridad en forma de mascarillas caseras, servicios gratuitos, animaciones de balcón, dibujos en los cristales, felicitaciones de cumpleaños colectivas.

También es verdad que ha habido manifestaciones bien explícitas de que muchas otras personas no estaban sumando al esfuerzo común. Desde los vigilantes de balcón señalando y prejuzgando, a los que se consideran libres del cumplimiento de las leyes terrenales, pasando por los acumuladores de papel higiénico, los lanzadores profesionales de bilis por redes sociales, a los usureros especulando con la urgencia o la desesperación subiendo precios en función de la demanda.

Liderazgo y solidaridad
Para que las cosas cambien no sólo necesitamos desearlo. Digamos que ese es el punto de partida. Pero si queremos que pase de verdad nos hace falta una visión clara y el compromiso de esforzarnos al máximo. Cuando hablamos de liderazgo tendemos a equivocar jefe con líder. Creemos que hay personas con poder, a veces poderes, que pueden hacerlo. Sin entrar en el fondo de esa creencia me parece importante decir que liderazgo es una función, no un puesto. Seguimos a quienes con su ejemplo nos indican un camino. A veces los líderes coinciden con las personas que tienen el poder, las más de las veces no. También nos equivocamos pensando que el liderazgo es cosa de los demás. Quien más y quien menos toma decisiones diariamente, debe asumir la responsabilidad de dirigir, liderar, su propia vida. Autoliderazgo.

Para acometer cambios debemos prestarnos mucha atención, así como a las personas de nuestro alrededor. Paciencia e inteligencia emocional. Observar que hacemos con respecto de lo que creemos que debemos hacer, contemplar a los demás para aprender de lo que hacen bien y de lo que no hacen tan bien, arriesgarnos a hacer diferente, sumar fuerzas alrededor nuestro. Más concreto, más clarito. Apostar por seguir haciendo aquello que más valor hayamos encontrado en los días de confinamiento: dedicar tiempo a los nuestros, cocinar mejor, cuidar de nuestro cuerpo, dedicar tiempo a aquello para lo que nunca encontrábamos espacio, ampliar nuestras redes de apoyo. Y contarlo. No callar. Expresar el cambio por el que uno apuesta y comprometerse con él.

¿Saldremos diferentes tras el COVID-19?
El liderazgo que necesitamos requiere de un cambio en la apreciación sobre el valor de las cosas. Nos hemos dejado guiar por criterios que hoy sabemos que no nos aseguran el bienestar. Hemos descubierto que se puede consumir menos, la importancia de lo local, el valor del apoyo social de cercanía, que los héroes son los que salvan vidas, que la sociedad funciona gracias a muchas personas invisibles. También valoramos de otra forma el aire libre, la posibilidad de dar un paseo, o el gesto de un abrazo. Esta situación nos ha llevado a ordenar de forma distinta la valoración de las cosas y, con ella, la pregunta sobre el valor que aportamos cada uno de nosotros.

Hoy más que nunca es el tiempo de la buena gente, de los que no solo piensan en si, en los que se equivocan por intentar hacer mejor, los que no se conforman. Todo un ejército de ciudadanos usando de su autoliderazgo el arma del cambio. Un ejercito de ocupación de los espacios públicos inundándolos de sentido común, de compromiso, un nuevo modelo de liderazgo que es el que necesitamos. Claro, solo si de verdad queremos cambiar...



Comentarios

  1. Mi querido Kuebax...tengo un problema con esto del liderazgo...empeñados como estamos en dejar el mundo pelin mejor de lo que lo encontramos (desde que llevabamos pañoleta...yatusabes) y resulta que, como se está demostrando en esta crisis...todos no podemos decidir y mandar a la vez...(ya sabes, ahora tod@s semos epidemiologos...manda webs!!!) siempre hace falta quien lidere...sin embargo, se da la paradoja...(ya apuntada por Eisntein, Russell y otros) de que los más capacitados no tienen ninguna querencia por el poder...prefieren una vida tranquila dedicada a los placeres sencillos...y los que si que quieren mandar...el cuerpo se lo pide...nacieron para liderar...no suelen tener exceso de materia gris...los que valen no quieren...y los que quieren no convienen...qué hacer???

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