La ilusión como emoción.

Si hay una emoción que realmente hacen una función motriz, de excelente motivadora para el individuo, ésta sería, a mi juicio, la ilusión. Muchas veces me he visto en la tesitura de acompañar procesos de cambio personal y he observado que la presencia de esta emoción es un buen predictor de la calidad y consistencia del cambio. Muchas veces también me ha entristecido escuchar a personas decir que no tienen deseos para ellos, que no quieren nada, que ya lo tienen todo, que no encuentran alicientes.




Seguramente por eso, siempre me ha interesado sobremanera investigar las diferentes vías que se pueden emplear para aumentar la presencia de las ilusiones, o para hacer que renazcan cuando parecen haber desaparecido del primer plano de una persona.

Durante mucho tiempo pensé que la ilusión es una característica, un rasgo de la personalidad de los individuos que les permite ser más sensibles a la posibilidad de obtener logros, y por consecuencia, disponer de mayor capacidad de activarse ante las perspectivas de un hipotético éxito. Y siendo esto así, afortunadamente no explica el fenómeno en su totalidad.



He observado como personas recuperan o renuevan ilusiones con el enamoramiento, con la maternidad/paternidad, con el contacto con los nietos, con la superación de una enfermedad grave, etc... Y  lo que tenían en común no era el género o la edad, sino algo tan sencillo como haber sufrido un impacto en la vida con resultado positivo. Profundizando más descubrí que no era una cuestión de azar, de haber tenido la suerte de que determinado hecho saliera a su encuentro en la vida, no!!!!. La clave parecía estar en cómo, en una determinada circunstancia, el individuo conectaba con partes ocultas o adormecidas de sus emociones. Esta ha sido también una de las principales conclusiones de Brene Brown y sus estudios sobre la vulnerabilidad. Nuestra capacidad de sentir está directamente relacionada con el grado de felicidad de que disfrutamos. Y entre todas las emociones, la ilusión ocupa un papel principal como energía que pone en marcha toda la maquinaria de la positividad o, por qué no decirlo, de la felicidad.

Entiendo que la ilusión es pura energía positiva. Es más que esperanza puesto que activa tanto la parte cognitiva como sobre la fisiológica de las emociones. El ejemplo perfecto de la persona ilusionada es el niño. Cada paso es un descubrimiento y además una oportunidad para jugar y para fantasear. Y cada paso pide otro paso más, pide continuar una marcha hacia delante permanente y positiva. El adulto pierde la candidez de descubrir y aprender, puesto que percibe el entorno como algo que es posible ser controlado. Así entiende que ya lo tiene todo hecho, que ya sabe lo fundamental y se encuentra seguro. Pero no es así. Explorar siempre es posible y, por lo tanto, descubrir siempre es una alternativa del explorador. No me resisto a mencionar las reflexiones en torno a la búsqueda de los límites para el avance personal. Investigar es también soñar, y sin sueños, deseos o fantasías no puede haber ilusiones.

Para recuperar las ilusiones debemos en primer lugar permitirnos sentir más intensamente. Así conseguiremos un encuentro más intenso con nuestras emociones, aquellas que muchas veces ahogamos o silenciamos. Ellas nos guiarán en la exploración de nuestro interior. Ese viaje nos permitirá recorrer nuestras vivencias, nuestras inquietudes, nuestros temores, de manera que poco a poco iremos redescubriendo deseos perdidos, los sueños de cada noche que olvidamos al despertar y, en definitiva, las ilusiones.

Comentarios

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